Ofelia Kovacci (1927-2001) fue maestra de escuela, profesora de Lengua y Literatura en el nivel secundario, profesora de Gramática en la Facultad de Filosofía y Letras, doctora en Letras, investigadora principal del CONICET, Presidenta de la Academia Argentina de Letras, pero ninguno de esos títulos y cargos resultan suficientes para describir la enorme y valiosa tarea que realizó a lo largo de varias décadas de labor ininterrumpida en la enseñanza y en la investigación sobre la lengua, sus dos grandes pasiones.
Comenzó como maestra en la provincia de Buenos Aires y no dejó nunca de recordar cuánto se esforzaba en la corrección de los cuadernos de sus estudiantes. Tras recibirse de Profesora de Enseñanza Normal y Especial en Letras (1952) en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, también ejerció en ese nivel en el que dejó una huella trascendente: los tres volúmenes de Castellano (1962), cuyo éxito sostenido durante décadas los llevó a convertirse en un clásico de los manuales escolares.
La vida de Ofelia Kovacci es un ejemplo de esfuerzo y dedicación. Sin dejar de trabajar, en 1959 se doctoró con una tesis sobre Ricardo Güiraldes. Poco antes, en 1957, había ingresado por concurso en la recientemente creada cátedra de Gramática de la Facultad, a cargo de Ana María Barrenechea, destacada discípula del gran filólogo español Amado Alonso, primer traductor al español del Curso de Lingüística General de Ferdinand de Saussure. Ambos, Alonso y Barrenechea, introdujeron el estructuralismo en la Argentina. Allí, en la cátedra, Kovacci descubriría su otra gran pasión: el estudio sistemático de la lengua. Para ello no le alcanzó con lo que había aprendido en el ámbito local y partió a EEUU para ampliar sus conocimientos lingüísticos en las Universidades de Buffalo (1962) y Yale (1968). Pero esos viajes no lograron desviarla de su férrea y apasionada vocación docente. Cuando Barrenechea renunció a la cátedra por razones políticas, Ofelia Kovacci decidió continuar y, en 1970, ganó por concurso el cargo de titular, en el que seguiría por casi treinta años más. En ese largo período, Kovacci mantuvo los lineamientos estructuralistas de Barrenechea, pero acentuó el carácter formal de los estudios gramaticales, incluyendo propuestas teóricas de gran nivel de abstracción, como las del estructuralista europeo Louis Hjelmslev, aunque también incorporó los desarrollos funcionalistas de la escuela de Praga. Sumó a ello los avances del distribucionalismo norteamericano, que había conocido de primera mano en sus viajes, y los planteos de Sydney Lamb, quien consideraba a la lengua como un sistema de estratos o niveles interconectados. Con ese bagaje al hombro, que también incluía la tradición filológica española, más tarde se involucró en el desarrollo del área de Lingüística, creada en el nuevo plan de estudios de la carrera Letras y asumió el dictado de varias materias, algunas de las cuales no habían sido dictadas anteriormente –Filología Hispánica, Sintaxis, Fonología y Morfología, Teoría Léxica–. Este puntapié inicial, que implicó un gran esfuerzo de su parte, contribuyó de manera decisiva a la conformación de un ámbito de estudios que hoy día se encuentra muy consolidado en la Facultad y que posibilitó la formación de excelentes investigadores de destacada actuación en el país y en el exterior.
Mientras tanto, la cátedra de Gramática continuó funcionando como un centro de investigación permanente, en el que se constituyó un amplio grupo de discípulos y discípulas, que a su lado nos fuimos iniciando en los vericuetos de vida académica. En las “reuniones de los martes” en el Instituto de Filología, cada uno iba presentando los avances de sus investigaciones. Ofelia recibía las versiones escritas que luego devolvía con minuciosas anotaciones en el texto, hechas con una letra menuda, a veces indescifrable. Tanto en la cátedra como en la dirección de tesis, siempre entendió que su función no era imponer determinados conceptos teóricos, sino acompañar el desarrollo individual para que cada uno fuera encontrando su camino. Ofelia era afable y cordial, pero su forma de ser imponía una cierta distancia, que era muy difícil saltar porque también era una marca inconfundible del profundo respeto que sentía por el otro. Su modo de cariño, un sentimiento que le costaba expresar como a nadie, era el dejar hacer, el no invadir, lo cual era también una forma de protegerse, de que no la invadan.
Dirigió proyectos de investigación que se ocuparon de temas centrales de gramática teórica y otros que se orientaron a estudiar los problemas de comprensión y producción de los estudiantes iniciales de la universidad, una de sus grandes preocupaciones. Para ella, la profesión docente, que ejercía con verdadero orgullo, era la actividad que le permitía desplegar todos sus conocimientos, pero no para ostentarlos sino que entendía que todos los recursos didácticos debían emplearse en función del alumnado y esto implicaba no la mera repetición de conceptos sino la puesta en juego de una fina reflexión sobre la lengua. Sostenía que el estudio de la lengua no solo tiene que ver con mejorar la expresión de los estudiantes, sino que lo equiparaba al saber matemático, que debe contribuir al desarrollo de las capacidades de abstracción y al desarrollo del pensamiento crítico Una característica esencial de sus clases, además de la admirable claridad expositiva, era que siempre invitaba a sus alumnos a buscar contraejemplos, a ejercer ese rol crítico que les hacía pensar y repensar las posibilidades que ofrece la lengua y contraponerlas a las formas agramaticales, aquellas que, por imposibles, no pueden ser efectivamente formuladas.
Pero Ofelia Kovacci no solo fue una gran MAESTRA con mayúscula, sino también una importantísima y fecunda investigadora, de las que integran el plantel fundacional de la lingüística argentina y que también obtuvo gran reconocimiento en España. En sus comienzos escribió varios artículos fundamentales para la incipiente escuela gramatical de Buenos Aires, que tratan sobre la estructura de la oración, la coordinación, los modificadores de modalidad, los adverbios oracionales, la jerarquía de las funciones sintácticas, las causales y otros tipos de estructuras subordinadas; muchos de los cuales introducen perspectivas realmente innovadoras para el estudio de los fenómenos abordados. Uno de sus primeros libros hoy día todavía es consultado con interés: Tendencias actuales de la gramática (1967), el cual constituye un panorama de la lingüística de la época. Entre sus artículos más tardíos, destaca especialmente el monográfico que dedicó al adverbio y que, incluido en la monumental Gramática descriptiva de la lengua española (1999), que dirigieron Ignacio Bosque y Violeta Demonte, constituye un texto de referencia ineludible para el tratamiento del tema. Pero sin duda, su obra de madurez por excelencia son los dos tomos de El comentario gramatical (1990 y 1992), compendio donde recoge los planteos desarrollados en la enseñanza universitaria y donde plasma su visión estructuralista de la lengua, que toma a la morfología y a la sintaxis como niveles centrales, pero que completa esa perspectiva integrando aportes provenientes de la semántica e indagando fenómenos que van más allá de la oración: los pronombres, la temporalidad y la modalidad, la elipsis, los conectores.
Recibió numerosas distinciones que hicieron honor a su larga y prolífica trayectoria, aunque no hicieron mella en su natural modestia ni afectaron en lo más mínimo su dedicación al trabajo, sino que, por el contrario, la potenciaron. En 1975 fue incorporada a la carrera del investigador científico del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), en la categoría de “independiente” y, en 1999, ascendió a la categoría máxima de “investigador superior”. En 1986 recibió el premio Konex por su trayectoria de investigación en Lingüística y Filología. Un año después, en 1987, fue elegida académica de número de la Academia Argentina de Letras, pasó a ser vicepresidenta en 1995 y Presidenta, desde 1999 hasta su fallecimiento en 2001. Este último nombramiento incidió en que sus intereses lingüísticos también se volcaran a cuestiones que irían más allá del análisis de las estructuras de la lengua para incursionar en el uso social que hacemos de ella. Como directora del Atlas Lingüístico-Antropológico de la República Argentina, dirigió varias investigaciones sobre el habla de Corrientes y también analizó algunos fenómenos en los que el habla rioplatense se aparta de la norma del español general. Pero su aporte más importante tiene que ver con la postura que asumió cuando estuvo al frente de la Academia Argentina de Letras. Desde allí abogó por la unidad de la lengua, a partir del hecho de que el habla de las distintas regiones, a pesar de las diferencias, resulta inteligible para todos los hispanohablantes, pero al mismo tiempo también defendió la necesidad de reconocer la diversidad lingüística y la existencia de una norma diferenciada para las distintas zonas, con lo que se pronunció de modo contundente por el respeto a las variedades.
La coherencia, cualidad esencial de su pensamiento, también la lleva a conectar la importancia y proyección del español en el mundo con la función responsable que deben ejercer los medios de comunicación respecto de su empleo y con la que debe cumplir la escuela para la educación lingüística de los jóvenes. Dedicó a este tema su magistral Propuesta acerca de los Contenidos Básicos Comunes (1994), elaborada en el marco de un proyecto de reforma de los planes de estudios del Ministerio de Cultura y Educación. En ella propuso enseñar una gramática amplia, que abarque todos los niveles de la lengua, incluido el textual y puso énfasis en que no se puede acceder a los textos sin los conocimientos gramaticales que están en la base de su conformación.
Si, por un lado, la trayectoria de Ofelia Kovacci revela un carácter firme y comprometido con su profesión, por el otro lado, la afabilidad y la mesura eran rasgos destacados de su personalidad: el fuego intelectual que la consumía, nunca llegaba a desbordarla. Su voz, que también entrenaba para el canto, era firme y clara a la vez, jamás se la oyó alzarla demasiado ni decir una palabra discordante, aunque tampoco lo necesitaba, ni siquiera para hacer valer su autoridad, que emanaba de otro lado. Era delgada y si bien su apariencia podría haber parecido frágil, su postura erguida estaba allí para dar cuenta de la firmeza inquebrantable de sus determinaciones.
La vida y obra de Ofelia Kovacci muestran una extraordinaria coherencia: fue fiel, hasta sus últimos días a sus convicciones y no traicionó nunca a ninguno de sus dos amores: la enseñanza y la gramática, que tal vez en el fondo no fueran más que un solo tronco con dos ramas entrelazadas.
A la eterna memoria de Mi Maestra, Ofelia Kovacci, de su siempre discípula,
Mabel Giammatteo
Universidad de Buenos Aires