In Memoriam

Rememoramos aquí el perfil humano y profesional de quienes integraron nuestras Juntas Directivas precedentes y de quienes como plenaristas o panelistas honraron nuestros encuentros académicos. Estas semblanzas son fruto de la desinteresada contribución de especialistas que testimonian la pervivencia y vigor de los respectivos legados críticos.


María Beatriz Fontanella de Weinberg

María Beatriz Fontanella nació el 23 de septiembre de 1939 en la ciudad sudbonaerense de Bahía Blanca. De familia italiana, y criada en una ciudad que había recibido un extraordinario aporte inmigratorio de ese origen, su aguda observación y su inclinación curiosa la hicieron sensible ya desde pequeña a la problemática del contacto lingüístico y, en especial, a la diferencia entre el habla y los repertorios lingüísticos de los inmigrantes y de las distintas generaciones de sus descendientes. Años más tarde, estas y otras muchas cuestiones lingüísticas de las que tuvo temprana experiencia directa serían objeto de sus estudios e ingresarían, a través de su trabajo, en la agenda de la lingüística argentina; simultáneamente, sus estudios lingüísticos sobre Bahía Blanca, y en particular sobre el español hablado en ella, alcanzarían tal difusión internacional que harían que esta ciudad argentina llegara a serles familiar a lingüistas de todo el mundo.

Cuando Beatriz concluyó sus estudios secundarios, su avidez intelectual y sus inquietudes lingüísticas la condujeron a emprender estudios universitarios vinculados con el lenguaje, e ingresó como alumna de la Licenciatura en Letras del Departamento de Humanidades de la Universidad Nacional del Sur. En la misma unidad académica se inició tempranamente en la docencia universitaria, a la que se incorporó, como ayudante alumna de la cátedra de Gramática Española, con solo diecinueve años. Poco después iniciaría su camino en la investigación lingüística con la tutela del Dr. Guillermo Guitarte, destacado profesor que estuvo contratado en esos años para tener a su cargo la cátedra de Filología Hispánica. Fue Guitarte quien convocó a Beatriz para trabajar en esa área de estudios, que ya nunca abandonaría.

En 1961 obtuvo el título de Licenciada en Letras y, un año después, el de Profesora en Letras. En 1962 obtuvo asimismo, a instancias de Guitarte, una beca de especialización del Seminario Andrés Bello, que le permitió desarrollar una estancia formativa en el prestigioso Instituto Caro y Cuervo de Colombia. A su vuelta a la Argentina se reinsertó como docente en la cátedra de Filología Hispánica, de la que años después –desde 1980– llegaría a ser profesora titular. En la nueva etapa profesional posterior a su estancia en Colombia trabajó junto al otro de los dos estudiosos a quienes siempre reconoció como sus maestros: el Dr. Jorge Suárez, destacado investigador en lenguas indígenas con quien comenzó a dictarse en la Universidad Nacional del Sur la asignatura Lingüística. Junto a Suárez, Beatriz comenzó a llevar adelante estudios descriptivos sobre lenguas autóctonas, con énfasis en aspectos fonético-fonológicos y morfosintácticos. Su capacitación específica en el trabajo en terreno enfocado en la oralidad, por un lado, y en el estudio histórico de base documental, por otro, constituirían los ejes de toda su trayectoria; combinados, además, iluminarían la perspectiva de la sociolingüística histórica, de la que fue pionera en el mundo hispánico.

En estos años juveniles de Beatriz también llegó contratado a la Universidad Nacional del Sur el Prof. Félix Weinberg, historiador especializado en historia argentina. A diferencia de los maestros aludidos, Félix no dejó la ciudad: la lingüista y el historiador se casaron, y su matrimonio perduró hasta el prematuro fallecimiento de Beatriz, el 23 de abril de 1995. Beatriz y Félix compartieron proyectos académicos y la pasión por la investigación científica, con un énfasis común en las derivas sociohistóricas del país y, en especial, las de la región del sudoeste bonaerense. Ambos diseñaron y dirigieron diversos proyectos de investigación articulados sobre esos intereses, que fructificaron en un sinnúmero de hallazgos publicados y, generosamente, sobre sus numerosos continuadores.

En el terreno de la formación de nuevos investigadores, en particular, Beatriz comprendió la importancia de los estudios doctorales cuando todavía distaban mucho de hallarse generalizados en la Argentina. En 1975 obtuvo su propio Doctorado en la Universidad de Buenos Aires, con una tesis sobre un cambio fonológico en marcha en el orden palatal en el español hablado en Bahía Blanca (el ensordecimiento del yeísmo rehilado) que fue publicada por la Universidad Nacional Autónoma de México, cuatro años después, con el título de Dinámica social de un cambio lingüístico. Escasos años más tarde ella misma dirigiría varias tesis doctorales, entre las que la primera fue la de la Dra. Elena Rojas Mayer, destacada estudiosa de la historia y la sociolingüística del español de la Universidad Nacional de Tucumán con quien llegó a unirla tanto una rica colaboración académica como una sólida amistad.

El interés de Beatriz por promover el desarrollo de estudios de postgrado y proyectos de investigación individuales y grupales la impulsó a gestionar en su Universidad la creación de la carrera de Doctorado en Letras, aprobada en 1977, y del Gabinete de Estudios Lingüísticos, efectivizada en 1981. El Gabinete, posteriormente transformado en Centro, tuvo la dirección de Beatriz desde entonces y hasta su muerte, y desde 1996 lleva su nombre.

Beatriz tuvo asimismo un rol destacado en la Sección Investigaciones de su unidad académica, en cuyo marco inició, a finales de la década de 1970, una dinámica de publicación de resultados de proyectos de investigación que tiene continuidad hasta el presente. Entre esas publicaciones fundacionales cabe destacar dos: su trabajo sobre el proceso de conservación y desplazamiento de las lenguas de origen de la población de procedencia inmigratoria (La asimilación lingüística de los inmigrantes, 1979), pionero en el país sobre el tema, que condensó sus propias contribuciones y las de quienes integraban el equipo de investigación que por entonces dirigía, y el pormenorizado estudio en tiempo real, aun sin par en la región, de la adquisición fonológica de Gabriel, su único hijo (Adquisición fonológica en español bonaerense, 1981).

Esa apasionada dedicación intelectual de Beatriz, que sostuvo –como puede apreciarse– con total integración a los demás aspectos de su vida, estuvo centrada en el estudio sociolingüístico e histórico del español, con una atención a la evolución diacrónica de la lengua que buscó siempre no separar los aspectos lingüísticos enfocados de los escenarios y condiciones sociales en los que, en los distintos momentos y entornos, tuvieron lugar. Con esa comprehensiva orientación de la mirada científica, sus estudios abrieron caminos nuevos en la lingüística nacional y americana, a cuya consolidación contribuyó fuertemente: el estudio del lenguaje en su contexto social, como se supo llamar en estas latitudes a la sociolingüística en sus albores, en reconocimiento de un texto fundante de William Labov, tuvo en la figura de la lingüista bahiense una precursora y una impulsora incansable, tanto en la vertiente sincrónica, en la que incluyó la consideración del “tiempo aparente”, como en la reconstrucción de etapas anteriores de la lengua. El corazón de sus intereses lo ocuparon el estudio de la conformación y evolución del español americano, con su palpable y diversa influencia de las lenguas indígenas y su dispar evolución regional, y la delimitación, historización y descripción contemporánea de la variedad dialectal del español que llamó “bonaerense”, con centro difusorio en la ciudad capital de la Argentina y permeada por el influjo de las lenguas ingresadas por la vía de la masiva inmigración europea radicada en la zona. Sobre esta última variedad, su producción de mayor envergadura es el libro titulado El español bonaerense. Cuatro siglos de evolución lingüística (1580-1980), publicado en 1987, del que José Luis Rivarola, en una reseña contenida en el número 1 del volumen 12 de la revista Lexis, dice que es el primer trabajo académico en el que se da cuenta de la totalidad del desarrollo histórico de una variedad territorial del español americano. Sobre el español del continente, la publicación de Beatriz que corresponde destacar es El español de América, publicado en 1992 –al cumplirse el quinto centenario de la llegada de Colón a estas tierras–, cuyos méritos se reconocieron en varias reseñas entre las cuales se destaca, por la detallada atención a los distintos y numerosos aportes del libro, la realizada por Rebeca Barriga Villanueva que se puede leerse en el número XLIII de la Nueva Revista de Filología Hispánica.

Entre las múltiples facetas de la actuación de Beatriz, que revisamos, cabe destacar que fue co-fundadora de la Sociedad Argentina de Lingüística, en 1976, y Miembro de Número de la Academia Argentina de Letras, desde 1984. En 1986 recibió el Premio Konex en Dialectología y Lenguas Indígenas, en reconocimiento a los estudios que había llevado a cabo en ambas direcciones y que se profundizarían en relación con la primera en los años subsiguientes, y en 1987 obtuvo el Primer Premio Nacional a la Producción Científica y Literaria, otorgado por la Secretaría de Cultura de la Nación. Desde 1989 fue Investigadora Principal de CONICET, institución a la que se había incorporado como Investigadora Independiente en 1982. Fue, también, socia distinguida de la Asociación de Lingüística y Filología de América Latina (ALFAL), de cuya Junta Directiva formó parte y en la que presidió la Comisión de Historia del Español de América y “su proyecto estrella, el estudio diacrónico del español de América y de Canarias”, según lo recuerda Humberto López Morales en el número que la revista Lingüística publicó, en 1997, en memoria de Beatriz. Un catálogo completo de las publicaciones de su autoría, de gran utilidad para quienes se interesen por su obra, puede consultarse igualmente en ese número de la revista, hoy disponible en el sitio web de la ALFAL.

Como curiosa coincidencia, tratándose de alguien que dedicó su vida a los estudios lingüísticos, Beatriz murió un 23 de abril, día del idioma. Han pasado ya casi tres décadas desde ese día de 1995, pero la asociación de su figura con el valor multiplicador de la férrea alianza de vocación y voluntad que encarnó plenamente no se ha resentido con el paso del tiempo: por el contrario, sus rigurosas investigaciones siguen vigentes y su magisterio ha adquirido continuidad intergeneracional. Quienes fueron sus colegas y amigos (como el Dr. Adolfo Elizaincín, de la Universidad de la República de Montevideo) y quienes fuimos sus discípulas (en mi caso, lamentablemente, la última) hemos sido testigos de que, como le gustaba decir, tenía “un motorcito adentro”: una capacidad de trabajo ponderable y decididamente motivadora, alentada por la curiosidad que vino con ella y que ella hizo programa de investigación. Por traslucir esa pasión, su obra no solo es científicamente sólida sino también particularmente inspiradora. La elección de su nombre para el joven grupo de estudio sobre el español de España y América que coordina el Dr. Carlos Felipe Pinto es una muestra de la inspiración que de su trabajo se sigue derivando, y que emerge cada vez que alguien accede al brillo de sus intuiciones hechas hipótesis y a la aleccionadora minuciosidad con que las corroboraba: una combinación de audacia intelectual y constancia infatigable que no solo dejó como legado una obra, sino también un ejemplo.

Yolanda Hipperdinger

Universidad Nacional del Sur - CONICET

Ofelia Kovacci

Ofelia Kovacci (1927-2001) fue maestra de escuela, profesora de Lengua y Literatura en el nivel secundario, profesora de Gramática en la Facultad de Filosofía y Letras, doctora en Letras, investigadora principal del CONICET, Presidenta de la Academia Argentina de Letras, pero ninguno de esos títulos y cargos resultan suficientes para describir la enorme y valiosa tarea que realizó a lo largo de varias décadas de labor ininterrumpida en la enseñanza y en la investigación sobre la lengua, sus dos grandes pasiones.

Comenzó como maestra en la provincia de Buenos Aires y no dejó nunca de recordar cuánto se esforzaba en la corrección de los cuadernos de sus estudiantes. Tras recibirse de Profesora de Enseñanza Normal y Especial en Letras (1952) en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, también ejerció en ese nivel en el que dejó una huella trascendente: los tres volúmenes de Castellano (1962), cuyo éxito sostenido durante décadas los llevó a convertirse en un clásico de los manuales escolares.

La vida de Ofelia Kovacci es un ejemplo de esfuerzo y dedicación. Sin dejar de trabajar, en 1959 se doctoró con una tesis sobre Ricardo Güiraldes. Poco antes, en 1957, había ingresado por concurso en la recientemente creada cátedra de Gramática de la Facultad, a cargo de Ana María Barrenechea, destacada discípula del gran filólogo español Amado Alonso, primer traductor al español del Curso de Lingüística General de Ferdinand de Saussure. Ambos, Alonso y Barrenechea, introdujeron el estructuralismo en la Argentina. Allí, en la cátedra, Kovacci descubriría su otra gran pasión: el estudio sistemático de la lengua. Para ello no le alcanzó con lo que había aprendido en el ámbito local y partió a EEUU para ampliar sus conocimientos lingüísticos en las Universidades de Buffalo (1962) y Yale (1968). Pero esos viajes no lograron desviarla de su férrea y apasionada vocación docente. Cuando Barrenechea renunció a la cátedra por razones políticas, Ofelia Kovacci decidió continuar y, en 1970, ganó por concurso el cargo de titular, en el que seguiría por casi treinta años más. En ese largo período, Kovacci mantuvo los lineamientos estructuralistas de Barrenechea, pero acentuó el carácter formal de los estudios gramaticales, incluyendo propuestas teóricas de gran nivel de abstracción, como las del estructuralista europeo Louis Hjelmslev, aunque también incorporó los desarrollos funcionalistas de la escuela de Praga. Sumó a ello los avances del distribucionalismo norteamericano, que había conocido de primera mano en sus viajes, y los planteos de Sydney Lamb, quien consideraba a la lengua como un sistema de estratos o niveles interconectados. Con ese bagaje al hombro, que también incluía la tradición filológica española, más tarde se involucró en el desarrollo del área de Lingüística, creada en el nuevo plan de estudios de la carrera Letras y asumió el dictado de varias materias, algunas de las cuales no habían sido dictadas anteriormente –Filología Hispánica, Sintaxis, Fonología y Morfología, Teoría Léxica–. Este puntapié inicial, que implicó un gran esfuerzo de su parte, contribuyó de manera decisiva a la conformación de un ámbito de estudios que hoy día se encuentra muy consolidado en la Facultad y que posibilitó la formación de excelentes investigadores de destacada actuación en el país y en el exterior.

Mientras tanto, la cátedra de Gramática continuó funcionando como un centro de investigación permanente, en el que se constituyó un amplio grupo de discípulos y discípulas, que a su lado nos fuimos iniciando en los vericuetos de vida académica. En las “reuniones de los martes” en el Instituto de Filología, cada uno iba presentando los avances de sus investigaciones. Ofelia recibía las versiones escritas que luego devolvía con minuciosas anotaciones en el texto, hechas con una letra menuda, a veces indescifrable. Tanto en la cátedra como en la dirección de tesis, siempre entendió que su función no era imponer determinados conceptos teóricos, sino acompañar el desarrollo individual para que cada uno fuera encontrando su camino. Ofelia era afable y cordial, pero su forma de ser imponía una cierta distancia, que era muy difícil saltar porque también era una marca inconfundible del profundo respeto que sentía por el otro. Su modo de cariño, un sentimiento que le costaba expresar como a nadie, era el dejar hacer, el no invadir, lo cual era también una forma de protegerse, de que no la invadan.

Dirigió proyectos de investigación que se ocuparon de temas centrales de gramática teórica y otros que se orientaron a estudiar los problemas de comprensión y producción de los estudiantes iniciales de la universidad, una de sus grandes preocupaciones. Para ella, la profesión docente, que ejercía con verdadero orgullo, era la actividad que le permitía desplegar todos sus conocimientos, pero no para ostentarlos sino que entendía que todos los recursos didácticos debían emplearse en función del alumnado y esto implicaba no la mera repetición de conceptos sino la puesta en juego de una fina reflexión sobre la lengua. Sostenía que el estudio de la lengua no solo tiene que ver con mejorar la expresión de los estudiantes, sino que lo equiparaba al saber matemático, que debe contribuir al desarrollo de las capacidades de abstracción y al desarrollo del pensamiento crítico Una característica esencial de sus clases, además de la admirable claridad expositiva, era que siempre invitaba a sus alumnos a buscar contraejemplos, a ejercer ese rol crítico que les hacía pensar y repensar las posibilidades que ofrece la lengua y contraponerlas a las formas agramaticales, aquellas que, por imposibles, no pueden ser efectivamente formuladas.

Pero Ofelia Kovacci no solo fue una gran MAESTRA con mayúscula, sino también una importantísima y fecunda investigadora, de las que integran el plantel fundacional de la lingüística argentina y que también obtuvo gran reconocimiento en España. En sus comienzos escribió varios artículos fundamentales para la incipiente escuela gramatical de Buenos Aires, que tratan sobre la estructura de la oración, la coordinación, los modificadores de modalidad, los adverbios oracionales, la jerarquía de las funciones sintácticas, las causales y otros tipos de estructuras subordinadas; muchos de los cuales introducen perspectivas realmente innovadoras para el estudio de los fenómenos abordados. Uno de sus primeros libros hoy día todavía es consultado con interés: Tendencias actuales de la gramática (1967), el cual constituye un panorama de la lingüística de la época. Entre sus artículos más tardíos, destaca especialmente el monográfico que dedicó al adverbio y que, incluido en la monumental Gramática descriptiva de la lengua española (1999), que dirigieron Ignacio Bosque y Violeta Demonte, constituye un texto de referencia ineludible para el tratamiento del tema. Pero sin duda, su obra de madurez por excelencia son los dos tomos de El comentario gramatical (1990 y 1992), compendio donde recoge los planteos desarrollados en la enseñanza universitaria y donde plasma su visión estructuralista de la lengua, que toma a la morfología y a la sintaxis como niveles centrales, pero que completa esa perspectiva integrando aportes provenientes de la semántica e indagando fenómenos que van más allá de la oración: los pronombres, la temporalidad y la modalidad, la elipsis, los conectores.

Recibió numerosas distinciones que hicieron honor a su larga y prolífica trayectoria, aunque no hicieron mella en su natural modestia ni afectaron en lo más mínimo su dedicación al trabajo, sino que, por el contrario, la potenciaron. En 1975 fue incorporada a la carrera del investigador científico del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), en la categoría de “independiente” y, en 1999, ascendió a la categoría máxima de “investigador superior”. En 1986 recibió el premio Konex por su trayectoria de investigación en Lingüística y Filología. Un año después, en 1987, fue elegida académica de número de la Academia Argentina de Letras, pasó a ser vicepresidenta en 1995 y Presidenta, desde 1999 hasta su fallecimiento en 2001. Este último nombramiento incidió en que sus intereses lingüísticos también se volcaran a cuestiones que irían más allá del análisis de las estructuras de la lengua para incursionar en el uso social que hacemos de ella. Como directora del Atlas Lingüístico-Antropológico de la República Argentina, dirigió varias investigaciones sobre el habla de Corrientes y también analizó algunos fenómenos en los que el habla rioplatense se aparta de la norma del español general. Pero su aporte más importante tiene que ver con la postura que asumió cuando estuvo al frente de la Academia Argentina de Letras. Desde allí abogó por la unidad de la lengua, a partir del hecho de que el habla de las distintas regiones, a pesar de las diferencias, resulta inteligible para todos los hispanohablantes, pero al mismo tiempo también defendió la necesidad de reconocer la diversidad lingüística y la existencia de una norma diferenciada para las distintas zonas, con lo que se pronunció de modo contundente por el respeto a las variedades.

La coherencia, cualidad esencial de su pensamiento, también la lleva a conectar la importancia y proyección del español en el mundo con la función responsable que deben ejercer los medios de comunicación respecto de su empleo y con la que debe cumplir la escuela para la educación lingüística de los jóvenes. Dedicó a este tema su magistral Propuesta acerca de los Contenidos Básicos Comunes (1994), elaborada en el marco de un proyecto de reforma de los planes de estudios del Ministerio de Cultura y Educación. En ella propuso enseñar una gramática amplia, que abarque todos los niveles de la lengua, incluido el textual y puso énfasis en que no se puede acceder a los textos sin los conocimientos gramaticales que están en la base de su conformación.

Si, por un lado, la trayectoria de Ofelia Kovacci revela un carácter firme y comprometido con su profesión, por el otro lado, la afabilidad y la mesura eran rasgos destacados de su personalidad: el fuego intelectual que la consumía, nunca llegaba a desbordarla. Su voz, que también entrenaba para el canto, era firme y clara a la vez, jamás se la oyó alzarla demasiado ni decir una palabra discordante, aunque tampoco lo necesitaba, ni siquiera para hacer valer su autoridad, que emanaba de otro lado. Era delgada y si bien su apariencia podría haber parecido frágil, su postura erguida estaba allí para dar cuenta de la firmeza inquebrantable de sus determinaciones.

La vida y obra de Ofelia Kovacci muestran una extraordinaria coherencia: fue fiel, hasta sus últimos días a sus convicciones y no traicionó nunca a ninguno de sus dos amores: la enseñanza y la gramática, que tal vez en el fondo no fueran más que un solo tronco con dos ramas entrelazadas.


A la eterna memoria de Mi Maestra, Ofelia Kovacci, de su siempre discípula,

Mabel Giammatteo

Universidad de Buenos Aires

Delia Dagum

Delia Esther Dagum, Licenciada en Letras por la Universidad Nacional de Tucumán nació en la ciudad de Salta el 6 de agosto de 1930 en el seno de una numerosa familia de emigrantes sirios. Su mamá, a quien tuve el placer de conocer en la acogedora casona de la calle Alvarado, en su juventud hablaba francés - porque Siria era entonces colonia francesa- y era gran lectora de la Biblia y de grandes poetas místicos persas. Recuerdo la anécdota que me contó Delia acerca de grupos religiosos que tocaban el timbre de su casa “para hablar de la Biblia”. Su mamá los hacía pasar y les demostraba con bonhomía que sabía mucho más que quienes pretendían adoctrinarla. Sin duda y como Delia misma me contó su madre tuvo una influencia decisiva en su formación signada por un profundo humanismo pero también por una gran pasión por la poesía.

Delia también mantuvo una estrecho contacto con su hermano Camilo –Kamal, para su familia– quien fue Decano de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de Córdoba hasta el golpe de estado de 1966, destacado investigador que continuó su trayectoria académica en prestigiosas universidades europeas, entre ellas la de Bolonia.

Conocí a Delia recién llegada desde Córdoba para radicarme en Salta una tarde de septiembre de 1973, para mí inolvidable. Una tía política que había sido años atrás compañera de trabajo de Delia en la Dirección de Inmuebles quiso que la conociera para que me ambientara en una sociedad tan diferente de la que provenía y por la mutua afinidad de ser ambas docentes de literatura española. Delia estaba a cargo de dicha asignatura en la por entonces recientemente creada Universidad Nacional de Salta. Pero también era profesora de la escuela secundaria Hipólito Irigoyen, con la que mantuvo estrechos vínculos, llegando a ejercer el cargo de Vicedirectora y posteriormente Directora de dicha institución.

Cuando al inicio del curso lectivo de 1974 me incorporé en su mencionada cátedra pude aquilatar y admirar su extraordinaria calidez en su trato con los estudiantes y su profundo y apasionado conocimiento de dicho ámbito de estudio que presentaba en sus inicios forjado al calor de la interculturalidad árabe y judía. En sus cursos de Literatura Española otorgaba un espacio relevante a la indagación de la poesía y al estudio de poéticas específicas. En tal sentido recuerdo vívidamente que tenía un extraordinario don para leer e interpretar poemas, aún los más herméticos con una voz melodiosa y plena de sugerentes matices. Aún resuenan en mis oídos sus inolvidables lecturas de la poesía de Juan Ramón Jiménez y de otros poetas de la generación de 27.

Pero también Delia era una agudísima lectora de novelistas españoles del siglo XX, entre ellos Martín Santos, Marsé y Goytisolo, a partir de los cuales examinaba la compleja identidad española, como lo mostró acabadamente en los sucesivos cursos que tuvo a su cargo.

En agosto de 1987 en la Universidad Nacional de Salta se llevaron a cabo las Jornadas de Literatura Española del Siglo de Oro. Homenaje a Celina Sabor de Cortazar presididas por Delia Dagum para honrar la memoria de la ilustre hispanista, quien había dictado en esta universidad un curso de Literatura Española centrado en El Quijote de Miguel de Cervantes. Su ponencia “Los caminos sinuosos en Últimas tardes con Teresa de Juan Marsé” mostró una vez más su perspicaz y personal lectura de la novela, examinando el derrotero de su relación intertextual con la mística española Santa Teresa de Jesús.

Con el pasar de los años la relación de maestra a discípula se fue transformando en una gran y entrañable amistad, a lo largo de 43 años. Sus ex alumnos de colegios secundarios y estudiantes de Letras de la UNSa siempre la saludaban con enorme afecto.

Hasta su jubilación en la Universidad Nacional de Salta fue docente responsable de Literatura Española de la UNSa, pero en ese extenso trayecto también ocupó con gran solvencia importantes cargos de gestión: Directora de la Escuela de Letras, Vicedecana de la Facultad de Humanidades y Secretaria Académica de la UNSa.

El 11 de noviembre de1994 fue fundadora y presidenta del Centro Salteño de Investigaciones de las Culturas Árabe e Hispánica (CeSICA), espacio intercultural pluralista, sin fines de lucro que supo transformar en una verdadera usina de conocimientos, a partir de innumerables conferencias a cargo de especialistas argentinos y extranjeros, cursos, publicaciones de libros y dos grandes encuentros literarios realizados en Salta en 2006 y 2014.

Aún recuerdo la tarde donde se conformó la comisión directiva que presidiría el CeSICA, que tenía como misión organizar conferencias, cursos y jornadas como así también brindar apoyo económico para la publicación de libros, propósitos que se cumplieron largamente gracias a la perseverancia, decisión y poder convocante de Delia Dagum.

Al respecto cabe citar entre otras publicaciones del CeSICA Las corrientes inmigratorias en el Noroeste Argentino (1996), El bisel del espejo. La reescritura en el teatro contemporáneo español e hispanoamericano (1997), Páginas de crítica literaria (1998-1999), Páginas de historia (2001)

En 2006 Delia presidió el Primer Encuentro intercultural Hispano-Árabe, cuyas Actas con las conferencias plenarias de especialistas y las ponencias de docentes e investigadores de diversos centros universitarios se publicaron en Cuadernos del CeSICa (Salta, 2006).

En 2014 el Segundo Encuentro. Intercultural Hispano Árabe en conmemoración de los veinte años de existencia del CeSICA fue auspiciado por el entonces Instituto de Investigaciones Sociocríticas y Comparadas de la UNSa, la Asociación Argentina de Hispanistas, la Secretaría de Cultura de la Provincia de Salta y el Museo de Bellas Artes de Salta, donde se llevaron a cabo las sesiones en las que participaron destacados especialistas de la Universidad de Granada (España), de la Universidad de Buenos Aires y miembros del CeSICA .

Pero más allá de la sostenida e intensa trayectoria pública de Delia me interesa destacar un rasgo que era su sello distintivo: su calidez como anfitriona de inolvidables reuniones amistosas.

Cuando había que planificar una actividad cultural, nos convocaba en su hermosa y acogedora casa de Vaqueros, localidad muy cercana de la ciudad de Salta. En la amplia galería o bajo los frondosos árboles la amena conversación se deslizaba al calor de varias tazas de té (nunca una…), servidas en delicadas tacitas de porcelana de arroz, con exquisiteces como las inolvidables masitas de sémola y nuez, que Delia misma elaboraba según una receta familiar.

Pero también repetíamos el ritual del té en alguna confitería, concurríamos a conciertos de la Orquesta Sinfónica de Salta o del Mozarteum, veíamos películas de un cineclub del cual éramos socias o simplemente nos reuníamos para conversar acerca del pasar de la vida.

Quienes compartimos su entrañable cariño, amistad y su dulzura, no olvidaremos la limpidez, transparencia y hondura de su mirada, su radiante sonrisa, y su melodiosa y acompasada voz que traslucían la claridad de su vida –puro corazón y generosidad– atravesada por una extraordinaria sabiduría, sensibilidad y amor al prójimo, pero también con una gran firmeza para expresar sus convicciones sobre la realidad social y cultural de Argentina y del mundo.

Delia falleció el 8 de junio de 2016 después de enfrenar con estoicismo y bonhomía una larga enfermedad. Un día antes de su deceso con plena lucidez pidió que fuera a verla al sanatorio para entregarme una documentación del CeCICA, pero en realidad fue la despedida de mi inolvidable maestra y amiga.

A partir de las anteriores reflexiones considero un debido acto de gratitud y querencia recordar a quien impulsó con noble magisterio los estudios hispánicos en la Universidad Nacional de Salta.


Graciela Balestrino

Universidad Nacional de Salta

Isaías Lerner

Isaías Lerner: un puente entre dos mundos

Isaías Lerner nació en Buenos Aires el 13 de marzo de 1932 en el seno de una familia judía, procedente de Ucrania, que se había afincado en la Argentina hacia principios del siglo pasado. En su cuidad natal cursó estudios de licenciatura en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. La vuelta del exilio, en 1955, de un selecto grupo de brillantes investigadores argentinos marcará su perfil y trayectoria académica. Con dos discípulos de Amado Alonso, Ana María Barrenechea y Marcos Morínigo, se introdujo en el estudio de Cervantes y de la épica americana. Años más tarde ya desde la isla de Manhattan recordaría la asistencia a un seminario impartido por Morínigo como de importancia legendaria. Porque entonces comenzó a entender la importancia de la historia de la lengua, de la difusión del español en el continente americano, y del conocimiento de la cultura española y europea de los siglos XVI y XVII para enseñar el Quijote. En este seminario, Lerner y Celina Sábor de Cortázar concebirían la idea de hacer una edición del Quijote que respondiera a las necesidades de un lector americano. María Rosa Lida lo inició en los estudios sobre la picaresca. Ángel Rosenblat y Rafael Lapesa le inculcaron su pasión por la lexicografía y la historia de la lengua. De la mano de Borges, aun a costa de postergar su licenciatura, iniciaría simbólicamente su periplo anglosajón, abonando la práctica de “conceptos fundamentales de una teoría general de la escritura” y el gusto por la recuperación de autores que no siempre formaban parte del canon. Tan selecta formación sólo podía augurar una brillante carrera profesional que se iniciaría en la cátedra de Latín e Historia de la Lengua de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y culminaría en el Centro de Graduados de la City University of New York, donde fue nombrado Distinguished Professor en 1999. Entre otros reconocimientos, fue Premio Extraordinario “Augusto Malaret” de la Real Academia Española (1973), obtuvo la John Simon Guggenheim Memorial Foundation Fellowship (1978) y cinco CUNY Fellowship Awards. En el 2001, Isabel Lozano-Renieblas y Juan Carlos Mercado editaron en su honor Silva. Studia Philologica in Honorem Isaías Lerner (Madrid, Castalia). Reivindicó siempre de manera entusiasta y tenaz los estudios áureos como avala su compromiso con la Asociación de Cervantistas; la Cervantes Society of America; la Society for Renaissance & Baroque Hispanic Poetry; la Asociación Internacional de Hispanistas, bajo cuya vicepresidencia organizó el XIV congreso celebrado en el Graduate Center de la CUNY en julio de 2001; y la Asociación Internacional Siglo de Oro, de la que fue fundador, vicepresidente, presidente (1993-1996) y presidente de honor.

Lerner se formó en el cruce de corrientes de los estudios literarios. Desde una comprensión transatlántica del hispanismo, porque aunaba las dos orillas del Atlántico, recogió el testigo latinoamericano de la Escuela de Filología Española a través del Instituto de Filología de la Universidad de Buenos Aires. Entre 1927 y 1946, Amado Alonso, su director, convocó a un extraordinario elenco de investigadores entre los que destacan Enrique Anderson Imbert, Daniel Devoto, Ana María Barrenechea, Raimundo Lida, María Rosa Lida de Malkiel, Marcos A. Morínigo, Ángel Rosenblat o Frida Weber de Kurlat. A algunos de ellos los homenajaría Lerner, como el trabajo que dedico a Amado Alonso publicado en la revista Lexis o los volúmenes de homenaje en honor del sus maestros Marcos A. Morínigo y Ana María Barrenechea, el primero en colaboración con Joseph H. Silverman y, el segundo, con Lía Schwartz. De aquí arranca su gusto por la lexicografìa y la filología. Por sus Arcaísmos léxicos del español de América (1973), recibió el premio extraordinario “Augusto Malaret” de la Real Academia Española, cuyo tribunal estaba presidido por Alonso Zamora Vicente. En él, Lerner se propone el estudio exhaustivo de los arcaísmos léxicos, que define como los vocablos que:

1) han dejado de usarse en el castellano general de España y siguen vivas en la lengua general de America; 2) han dejado de usarse en la lengua general de España y America, pero permanecen en el habla popular y rural de America; 3) han dejado de usarse en el castellano general de España; tuvieron vigencia en la literatura de los siglos XVI y XVII y hoy se oyen en algunas regiones de España como formas dialectales y en el habla rural americana.

Para llevar a cabo un proyecto de semejante envergadura Lerner rastreó la lexicografía peninsular y americana, el Diccionario de Autoridades, el Diccionario crítico-etimológico de la lengua castellana de Juan Corominas, o el Diccionario de uso del español de María Moliner para el español peninsular; y para el español americano, las Apuntaciones críticas de Cuervo y los diccionarios de americanismos de Malaret, Santamarla y Morínigo, entre otros. En la misma línea pero algo anterior se sitúa su trabajo sobre el Diccionario geográfico-histórico de las Indias Occidentales o América (1786-1789), cuyo apéndice, titulado «Vocabulario de voces provinciales de América», considera Lerner el primer diccionario de americanismos conocido. Su pasión por la lexicografía ha dejado, además, trabajos seminales dedicados a la la lexicografía contemporánea, al Diccionario de Argot de Víctor León, al Vocabulario de Cervantes de Fernández Gómez, o a cuestiones relacionadas con obras literarias y otros trabajos afines.

El estudio lexicográfico tiene en la anotación de textos una de las aplicaciones más fructíferas. Esta tarea ocupó a Lerner durante buena parte de su carrera profesional. Cervantes, Ercilla, Mexía o Cabello de Balboa fueron los autores sobre los que Lerner volvería una y otra vez y sobre los que elaboraría cuidadas ediciones. Los cuatro autores representan una síntesis del intercambio intercultural entre España y América que Lerner reivindicó sin descanso. Lerner tenía una concepción del texto en la que primaba la preferencia por la edición que había corregido el autor o en su defecto la princeps, llevado de un escrupuloso respeto por lo que había escrito el autor, consciente de las limitaciones que impone una lectura desde la modernidad. Tampoco se limitaba a la mera transcripción o cotejo crítico. Se aventuraba en la interpretación del texto para decantarse por la lección más idónea. Así lo atestigua en la “Advertencia” de la edición del Quijote que preparó con Celina Sabor de Cortazar cuando aclara que: “Nos hemos esforzado en interpretar el texto original aun en los casos en que la mayoría de los editores modernos se pemiten la corrección”. Dicha interpretación no suponía en modo alguno una licencia para entrar a placer en el texto y proponer lecciones alternativas ante la primera dificultad. Lerner era extremadamente conservador con el texto. No es de extrañar que critique el afán de modernizar por modernizar, aunque desde el reconomiento y el respeto, de la edición realizada por José Toribio Medina de La Araucana. Enmendaba lo indispensable y siempre dejaba constancia en nota. Porque estaba convencido de que “Cervantes y los tipógrafos de la época se equivocaron menos de lo que una tradición de estudiosos supuso a lo largo de casi dos siglos”. Era firme defensor de la lectura literal en materia ecdótica, consciente de la distorsión a la que podía someter un texto las torsiones alegóricas de la modernidad. Algunas incorrecciones y descuidos que percibimos hoy en los textos clásicos eran, para Lerner, sobre todo en el caso de Mexía, usos comunes en la época, determinados por el peso de la oralidad en unos casos, por cierta tendencia a la prosa latinizante, en otros. Modernizaba la ortografía, pero siempre respetando la fonética de la época, y la puntuación, aunque ateniéndose al ritmo oral de la época, sin caer en la frase telegráfica y descarnada de nuestro tiempo. Las notas eran quizá la parte más laboriosa del proceso de edición. No escatimaba esfuerzos si se trataba de aclarar el texto con notas breves y de exquisita precisión, porque el propósito era siempre iluminar al lector y facilitar la comprensión textual. Prefería la referencia sucinta del diccionario, citando a continuación la fuente consultada. Solo cuando no había otra opción recurría a paráfrasis de otras obras literarias, pero siempre aclarando el sentido del vocablo o expresión en cuestión. En su edición de la Silva de varia lección de Pero Mexía, pone especial énfasis en identificar citas y autoridades para acercar el texto al lector reconstruyendo el contexto cultural de las obras que pudo haber leído Mexía. De la mano de la auctoritas, venía, para Lerner, la modernidad de los textos clásicos. Por eso encontramos en sus trabajos un continuo rastreo de primeras documentaciones, como pregonan sus trabajos sobre el Quijote. Parecería como si, en la fijación del texto, Lerner estuviera pensando en el lector culto mientras que en la anotación prevaleciera el lector común. Su edición del Quijote va dirigida a toda clase de público, así lo afirma en la Advertencia: “el lector culto común encontrará un texto fiel a la versión original y un caudal de notas que lo iluminan desde diversos ángulos”. Resuenan aquí las palabras de Sansón Carrasco cuando le dice a don Quijote que su historia “es tan clara, que no hay cosa que dificultar en ella”. Así son las anotaciones de Lerner. Hizo del género de la nota un arte, una filigirana léxica que empujó más allá de la nota a pie de página de sus ediciones como puede constatarse en su “Nota léxica cervantina: Las Algarrovillas”.

A su formación de lexicólogo y editor de textos clásicos añadió otros dos estratos teóricos. En primer lugar, se sintió atraído por la crítica de la reader-response, que, siguiendo la estela de I. A. Richards y Louise Rosenblatt, desbordaba los límites textuales de la estilística –demasiado apegada a la literalidad del texto– para explorar la relación entre autor y lector. Y lejos de negar la contemporaneidad del lector propone un diálogo entre dos épocas sin necesidad de renunciar a ninguna de ellas, reivindicando la multiplicidad de sentidos de los textos canónicos. En “Quijote, Segunda parte: parodia e invención”, Lerner reivindica la participación activa del lector en el proceso creador. La lectura de la primera parte supone para el lector moderno una evaluación de la parodia de los libros de caballerías. En la segunda parte el lector se ve forzado, a su vez, a reformular la primera. Este diálogo entre lector y autor cuestiona no solo el texto quijotesco sino también el mismo proceso de escritura. También en sus trabajos dedicados a las Ejemplares, aflora ese lector activo que cuestiona valores y modelos culturales. En su ya clásico “Marginalidad en las Novelas ejemplares. La gitanilla”, explora la sensibilidad cervantina por las minorías sociales marginadas con la que el lector moderno acaba identificándose en un diálogo entre temporalidades.

En segundo lugar, asumió, y acaso aquí se vea la proximidad de Lía Schwartz, el principio historicista de la Escuela Española de Filología, que veía en la reconstrucción del contexto histórico la clave para la interpretación de los textos de otras épocas. Fueron dos impulsos que buscaban limitar el peso del autor en la comprensión de la obra, el biografismo, que había dominado los estudios literarios hispánicos en el siglo XIX y en buena parte del siglo XX. Desde la autoridad que le confiere el conocimiento exhaustivo de los textos, Lerner se aproxima a la literatura desde la convicción de que es posible situarse en las coordenadas de los presupuestos intelectuales de los tiempos del autor, a pesar de que sabe que el resultado sólo puede ser parcial, pero en modo alguno infructuoso o carente de sentido. En sus trabajos sobre Ercilla y Mexía profundiza en esta dirección. Mientras en Mexía pone el empeño en la recuperación de un mundo cultural inaccesible para el lector moderno, en Ercilla profundiza en la construcción del discurso poético áureo que se articula en el equilibrio entre la Antigüedad clásica, con Lucano a la cabeza, y la necesaria innovación para dar cabida al mundo americano en un género, hasta entonces, poco familiarizado con el exotismo del nuevo mundo. Llegamos, así, al término de una comprensión de la literatura que se sitúa en una encrucijada de escuelas, épocas y espacios culturales pero que, en esencia, busca recuperar para la actualidad la novedad y el atractivo que las obras áureas tuvieron para sus primeros lectores, bien sean de la época clásica, de la patrística, de los apócrifos o de la época áurea. Y el lector de la obra de Lerner, agradecido del saber del maestro que comparte su saber con generosidad, se deja seducir por la apacible lectura, y sin oponer resistencia se adentra por los meandros de este ya lejano universo cultural que convoca nuestra literatura clásica.


Isabel Lozano-Renieblas

Dartmouth College

Lía Schwartz

Lía Schwartz en el recuerdo

(Corrientes, 1941-Nueva York, 2020)

Lo propio de Lía, su marca distintiva en un universo académico cada día más volcado a los particularismos, a los compartimentos estancos y a la jerarquización distorsiva de inéditos, fue la delicada labor de fina articulación de dos universos culturales que había aprendido a amar en sus años de formación en la Universidad de Buenos Aires: el de las antigüedades grecolatinas y el de los autores clásicos españoles de los siglos XVI y XVII.

Y no es dato menor ni azaroso el que, en su modo de entender la filología y la práctica académica, diversas señas de afiliación con sus maestros bonaerenses hayan pervivido. Todos han recordado sus clases con Jorge Luis Borges sobre literatura inglesa clásica, mas ella atesoraba, con análoga valoración, el impacto de sus maestros de latín y griego (Eduardo J. Prieto, Eihardt Schlessinger y Guillermo Thiele), las clases de gramática e introducción a la literatura de Ana María Barrenechea y la oportunidad de haber participado del último curso de postgrado que impartió en Argentina la malograda María Rosa Lida de Malkiel en 1962 sobre líricos renacentistas.

Luces y sombras perfilan, desde esta terra australis, su recuerdo puesto que el prolijo hilván de todo lo logrado profesionalmente en ámbitos internacionales con posterioridad, dice también, para quien quiera oírlo, la pérdida sustantiva de tantas casas de estudio nacionales que, cuando ‘la noche de los bastones largos’, terminaron expulsando de sus claustros -y del país- a eminente pléyade de académicos de las más variadas disciplinas. Lía, junto a su querido Isaías Lerner, fue una más de ese sombrío contingente. Y si bien en reiteradas ocasiones los dos pensaron en reinstalarse en Buenos Aires junto a su hija Betina, lo cierto es, sin embargo, que la complejidad y particulares circunstancias de los exilios no habilitaron, en todas las ocasiones, segundas oportunidades.

Mas también es justo precisar, allende la nostalgia que su ausencia pudo haber producido durante tantos años, cómo, en cada retorno a su país, obró generosamente con tantos colegas que reencontró o comenzaba a conocer, cómo, desde su posición central en tantísimas asociaciones profesionales, buscó potenciar y volver conocido el hispanismo argentino del que se sentía heredera.

Lía floreció profesionalmente en distintas universidades de Estados Unidos (Fordham University, Princeton University, Dartmouth College, The Graduate Center of The City University of New York). En todas ellas hizo gala de una capacidad de resilencia única. Enseñó español cuando no era conocida, impartió los cursos que otros le asignaban o vivió en otra ciudad en ocasiones en que, legalmente, las casas de estudios norteamericanas impedían que dos cónyuges integraran el mismo departamento. Pero nada la detuvo. Al punto que podríamos decir que hizo carne el tópico cervantino de las ‘adversidades provechosas’: supo hacer de cada contratiempo existencial un crisol idóneo para fortalecerse. Todo lo cual, sin duda alguna, explicará por siempre el legado de su producción crítica. Pues Lía testimoniaba, a diario, la felicidad de trabajar incansablemente, de pensar, de sentir curiosidad.

Es de plena justicia señalar que Lía fue una de las más insignes quevedistas de nuestro tiempo: Metáfora y sátira en la obra de Quevedo (1984), Quevedo: discurso y representación (1986), Quevedo. Poesía selecta (1989) y Un Heráclito cristiano, Canta sola a Lisi y otros poemas (1998) –ambos dos en coautoría con Ignacio Arellano– o Quevedo a nueva luz: escritura y política –coedición preparada con Antonio Carreira– (1997) fueron sus primeros grandes aportes. Y resultó elegida, por la Editorial Castalia, para elaborar la edición crítica anotada de La Fortuna con seso y La Hora de todos (2003) en el proyecto general de las Obras completas en prosa. Pero sus lecturas, con todo, no se ciñeron a este autor. En 2005 seleccionó, para la Universidad de Málaga, trabajos previos sobre muy varios autores cuya especificidad dilucidaba en el diálogo con los clásicos griegos y latinos (De Fray Luis a Quevedo. Lecturas de los clásicos antiguos) en tanto que, en 2013, la Universidad de Salamanca editó Bartolomé Leonardo de Argensola y la sátira. Cinco ensayos.

Colegas y discípulos de todas las latitudes le rindieron tributo, en el año 2019, con el volumen de homenaje Docta y sabia Atenea. Studia in honorem Lía Schwartz. Los videos grabados en la presentación neoyorquina la muestran feliz y agradecida e igualmente entusiasmada por seguir pensando, leyendo y estudiando a sus autores dilectos.

Por eso, es por lo que pienso que, como ocurre con todos los grandes maestros, su finitud no será tal, pues siempre estará viva y actual en sus escritos. Por eso mismo, también, creo adecuado enfatizar que la literatura la hizo muy feliz y que ella misma, al pensar en su obra, bien podría haber remedado a su querido Horacio diciéndose “non omnis moriar”.


Juan Diego Vila

Universidad de Buenos Aires

Nora González

Nora González (24/04/1941 - 5/09/2016) nació en Santa Fe, ciudad en la que inició sus estudios de grado en la Universidad Católica, donde obtuvo su título de Profesora en Letras para la enseñanza media y superior en el año 1964.

Desde sus inicios en la docencia se desempeñó en el nivel universitario sin abandonar su trabajo como profesora en la escuela media, de la que recién se retiró en 1995. Los treinta años de esa tarea permitieron trazar un primer camino de su extensa labor como formadora, por lo cual podemos asegurar que varias generaciones de adolescentes santafesinas y santafesinos aprendieron a leer literatura a partir del trabajo docente de la Prof. González.

En 1972 recibe una beca del Instituto de Cooperación Iberoamericana para realizar estudios en Madrid, donde obtiene su título de Profesora Especializada en Lengua y Literatura Españolas Contemporáneas con un trabajo sobre la poesía de Leopoldo Panero. En 1981 obtiene su título de Doctora en Letras en la Universidad Nacional de Rosario con la tesis “Poesía y estilo en las Odas de Ricardo Molinari”.

La tarea como docente universitaria de la Dra. González reconoce dos espacios unidos no solo por una misma geografía provincial, sino también por lazos académicos que ayudó a delinear y mantuvo durante todo su desarrollo profesional. En 1973 comienza sus tareas docentes en la Universidad Nacional del Litoral, en las cátedras de Literatura Española tanto del período medieval como los dedicados al Siglo de Oro y a las épocas moderna y contemporánea. Entre los años 1981 y 1986 se desempeñó como Profesora Titular interina en diversos espacios curriculares dedicados a la Literatura Española en la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario.

Ya dedicada plenamente al trabajo universitario en la ciudad de Santa Fe, continuó su labor docente en la Universidad Nacional del Litoral, primero como Profesora Asociada interina y luego como Profesora Titular interina de Literatura Española I y Literatura Española II. En 1989 obtiene en dos concursos de antecedentes y oposición los cargos de Profesora Titular de Literatura Española I (Medieval y Siglo de Oro) y Literatura Española II (moderna y contemporánea) ante un jurado integrado por las profesoras Melchora Romanos y María del Carmen Porrúa y el profesor Dinko Cvitanovic, con quienes a partir de ese momento construyó una relación de solidaridad académica y amistad de la que siempre se sintió orgullosa. En esos años de la recuperación democrática, la realización de concursos públicos constituía un espacio también de formación para las y los estudiantes que asistíamos a esos eventos con el afán de integrar una comunidad que se estaba construyendo. Creo no equivocarme al sostener que esos concursos y, en especial los de Nora, fueron para quien escribe estas líneas la primera lección de mi formación como hispanista ya que allí no solo se validaba el ingreso pleno a la ciudadanía universitaria sino que también pudimos comenzar a interrogarnos sobre el valor de una clase de literatura y los entramados académicos y afectivos que la atravesaban.

Como docente investigadora, Nora González alcanzó la categoría I y se desempeñó hasta el momento de su jubilación como directora de numerosos proyectos de investigación dedicados en un primer momento a pensar las relaciones de la literatura española con otros espacios geoculturales y, a partir del año 2000, centrados específicamente en el área de la literatura española contemporánea. Nora diseñó y ejecutó los proyectos que dirigió como verdaderos espacios democráticos y permitió no solo la formación de discípulas y discípulos que comenzamos a ocuparnos de la literatura española, sino también de jóvenes graduadas y graduados que iniciarían allí una tarea que luego desarrollarían en otras áreas como la literatura hispanoamericana, la teoría literaria, las relaciones entre la literatura y otras artes, la didáctica de la literatura, entre otros intereses disciplinares.

Esos proyectos de investigación pioneros permitieron iniciar una serie de publicaciones en todos los formatos exigidos para una docente, ya sean libros, artículos, capítulos en volúmenes colectivos y actas de eventos científicos. Sería muy difícil reseñar la totalidad de las publicaciones de Nora González pero es posible enumerar algunos de los autores de quienes se ocupó en esos trabajos: Ricardo Molinari, José Cibils, Augusto Roa Bastos, Manuel Vázquez Montalbán, Arturo Pérez Reverte, Francisco de Quevedo, Miguel de Cervantes, Gustavo Adolfo Bécquer, José Hierro, entre otros.

Nora pensaba que la comunicación de los resultados de la investigación en Congresos y Jornadas formaba parte de las obligaciones como formadora de recursos humanos. Es así como no solo asistió a numerosos encuentros de la especialidad, sino que invitó generosamente a las y los integrantes de sus equipos a presentar los primeros avances de su trabajo investigativo con el convencimiento de que allí se podían discutir ideas, conocer a referentes del campo y trazar y fortalecer líneas de colaboración que pudieran sostenerse en el tiempo.

Entre los numerosos Congresos en los que Nora participó, los de la Asociación Argentina de Hispanistas se constituyeron como un evento destacado en las preferencias de la investigadora. Nora González fue miembro fundadora de la AAH y estuvo presente en los dos encuentros en los que nuestra asociación cobró forma, realizados en las universidades nacionales de Salta y Bahía Blanca. Integró la Junta Directiva en carácter de vocal durante el período 2001-2004.

Como formadora de recursos humanos, la Dra. González dirigió tesis de Doctorado y Maestría y tesinas de Licenciatura sobre temas inscriptos en el ámbito del hispanismo, así como un gran número de adscriptas y adscriptos a las cátedras. Ocupó varios cargos de gestión, tales como Directora del Departamento de Letras y Consejera directiva por el claustro de Profesores Titulares en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Universidad Nacional del Litoral.

En numerosas ocasiones integró tribunales evaluadores de tesis de posgrado y se desempeñó como jurado en concursos para proveer diferentes cargos de profesores en Universidades nacionales, tarea que asumió con responsabilidad y con la alegría de saber que desde ese lugar aportaba al fortalecimiento del hispanismo en Argentina.

Sus alumnos y alumnas la recuerdan como una profesora que se prestaba al diálogo, que se interesaba por las preguntas de sus estudiantes y que disfrutaba al ver el crecimiento profesional de sus discípulas y discípulas, lo que constituye el mejor legado de una maestra.

Germán Prósperi

Universidad Nacional del Litoral – Universidad Nacional de Rosario

César Quiroga Salcedo

1939-2008

“El viajero va a los sitios y deja en ellos un pedazo de alma. Pero se lleva el encanto adormecido”.

No puede partir un investigador tan apasionado por la lengua y temas regionales, sin que levantemos acta de su persona y de su obra. César Eduardo Quiroga Salcedo, Lalo, para todos los colegas y amigos, tuvo como guía íntima y fecunda, los versos de Góngora “pasos de un peregrino son, errante”. Fue un peregrino de cultura y de humanidad, por ello, fue un “nómade de la lengua”, y un apasionado por los temas regionales.

César Quiroga Salcedo nació en San Juan, Argentina en 1939, Desde su Angualasto, su pueblo de San Juan, fue siempre alma llena de terruño, soñando inmensidades y progenies evocadas por los interminables llanos extendidos al pie de la Cordillera, de donde no se percibe, ni se entiende, el mundo

Cursó estudios primarios y secundarios en su provincia natal, realizando los universitarios de grado en la Universidad Nacional de La Plata, y los de post grado en Europa, Universidad Católica de Nimega, Holanda, Complutense de Madrid. Se doctoró en la UNED de esa capital, en 1989, con el máximo grado, Cum Laude por unanimidad, bajo la dirección de Manuel Alvar López.

Fue Profesor titular exclusivo en la Universidad Nacional de San Juan, fundador y Director del Instituto de Investigaciones Lingüísticas y Filológicas Manuel Alvar de la Facultad de Filosofía Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de San Juan (INILFI), desde 1985 hasta el 2008. Participó en más de ochenta congresos, jornadas y encuentros, internacionales, nacionales o regionales, con trabajos originales.

La preocupación por los hechos lingüísticos lo motivó a organizar y presidir uno de los Congresos más importantes de la Lingüística. En la faz organizativa convirtió a San Juan, a través de la Facultad de Filosofía Humanidades y Artes, UNSJ, en sede de dos importantes encuentros nacionales de trascendencia internacional: el II Congreso Nacional de Lingüística 1981 y el VI de Hispanistas en 2001. Fue editor responsable de las actas de ambos eventos. Ambos Congresos sellaron las bases para las relaciones nacionales e internacionales en el ámbito disciplinar de la Lengua y la Literatura

Fue el fundador y Director de uno de los Institutos de Investigación, actualmente más reconocidos en el mundo de la Lingüística y la Lexicografía Regional: el Instituto de Investigaciones Lingüísticas y Filológicas Manuel Alvar (INILFI). Este Instituto es un claro ejemplo de su conducta, ya que a todos sus investigadores fue preparando en el trabajo y seriedad científica.

Y como buen buscador de sabiduría, no solo era un hombre de gabinete, sino que la preocupación por los temas regionales lo llevaron junto a sus discípulos a recorrer todos los rincones en busca de las palabras, palabras que marcan nuestra identidad cuyana, y que quedaron plasmadas en la Toponimia de San Juan, el Diccionario de Regionalismos de San Juan, Las Adivinanzas de San Juan, el Atlas Lingüístico y Etnográfico del Nuevo Cuyo, investigación esta última que es como la fe de vida y el libro de familia de la comunidad lingüística cuyana. Y en la última etapa los Léxicos del Tonelero, Andinismo, Ciclismo, y otras tantas páginas…

En todas sus obras se advierte una constante, como en su Maestro Manuel Alvar, y es que nunca se quedó en el puro tecnicismo. Cuando establecía el dato lingüístico con rigor y erudición, por las líneas de argumentación científica circulaba siempre un discurso de humanidad, y es que… “un hombre va en busca de otros hombres”.

¿Quién podrá nunca repetir sus pasos ni recorrer tan siquiera la mitad de sus caminos?

Su dedicación a la investigación, de manera infatigable, fue premiada por la Academia Argentina de Letras, al ser incorporado como miembro correspondiente por San Juan, Argentina. Su destino fue siempre un acto de entrega ilimitada por enseñarnos y explicar toda la geografía argentina en busca de la palabra y de los informantes de las palabras, quienes se deleitaban ofreciendo su sabiduría popular. Los trabajos de campo con Lalo, como le gustaba que lo llamáramos, nos dieron el sustento necesario para que la sabia pudiera ascender desde las más hondas raíces, que luego entre las ramas fueron apareciendo frutos sazonados.

El efecto que provocaba, la seducción o fascinación que ejercía durante las horas de trabajo en nuestros largos recorridos, en busca de la palabra, constituyó el impulso inicial desencadenante en la pasión trasmitida, por los temas regionales, a todos los investigadores. Si hay palabras que tienen pleno valor, y se convirtieron en ejercicio cotidiano en la vida del Dr. César Quiroga Salcedo fueron pasión y dedicación por la investigación. Tuvo la privilegiada oportunidad de oír el español en todos los rincones del mundo, y al oírlo, poder dar testimonio de él.

Hoy está junto a sus Maestros Demetrio Gazdaru, Berta Vidal de Battini, Manuel Alvar, y cuántos más... con quienes cobijará el Instituto Manuel Alvar. Lalo no está, pero en cada lugar, en cada encuesta, en cada publicación nos dejó el motor del trabajo y el crecimiento intelectual, en pos de una Universidad en permanente cambio

Cierro este ‘libro’, y trato de identificar el regusto de tanta memoria y emoción condensada, en el largo viaje de proyectos académicos compartidos desde 1983. Y pronto las percibo con nitidez: tantas huellas de sus enseñanzas en la continuidad de mis días académicos en nuestro querido INILFI Manuel Alvar.

Su manera, emotiva o disparatada, de enfrentar el barniz convencional de los hábitos humanos, hacía de él una persona muy observadora, y en los largos días de trabajo de campo volcaba en sus libretas de apuntes, también las vivencias y observaciones caracterológicas hechas a sus investigadores. Y así nació el Anecdotario, páginas adornadas para cada uno de nosotros.

Aída Elisa González de Ortiz

Directora INILFI Manuel Alvar

Universidad Nacional de San Juan